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dilluns, 13 de juliol del 2015

JAVIER KRAHE, cantautor indómito



Hoy (12 de julio de 2015) abre los noticieros la muerte de un cantautor de 71 años llamado Javier Krahe. Para mí –como para muchos, creo- es uno de esos artistas de los que he oído hablar pero del que no he llegado a oír ninguna canción, un cantautor que tuvo un nombre durante los 80 y que estaba en el saco de los Hilario Camacho, Joaquín Sabina, Ricardo Solfa (alias de Jaume Sisa), Ovidi Montllor o Luis Eduardo Aute, y que una asocia, como a todos los mencionados, con una bohemia hispánica, hombres con cigarro en ristre y cubata a mano dedicados a epatar con su ingenio en los bares ahumados de hace tres o cuatro décadas. Hombres que, incluso bendecidos por el éxito, jamás encajaron en ningún sitio, libres ante ellos mismos y ante sus admiradores, pero que no fueron capaces de encontrar felicidad o equilibrio, sujetos como estaban a los vicios adquiridos hacía décadas, cuando el tabaco y la vida nocturna eran algo consustancial a la cotidianidad masculina, y sujetos, también, a un individualismo teñido de misoginia y a cierto infantilismo.

Teresa Cano, Joaquín Sabina y Javier Krahe a principios de los 80 (http://discoscaramelo.blogspot.com.es/)
Hombres de los que arrastran a sus parejas por sendas de incertidumbre y sufrimiento, dedicados como están a preservar su yo, un yo construido en medio del ruinoso escenario de la España del tardofranquismo. Ya sé que es una visión prejuiciosa, la visión que se tenía de esos artistas, los cantautores, en los 80 de la movida, y no digamos ya en la era indie, que ya va por su tercera década, pero por algo tengo que empezar.

Junto a los comentarios poco amables vertidos anteriormente tengo el recuerdo reciente del asunto (2012) del corto que dirigió en 1978, “Cómo hacer un Cristo al horno”. Recuerdo verle, envejecido prematuramente, recibiendo un castigo que se había aplazado durante 30 años, en el juicio en el que se dilucidaba el carácter delictivo del contenido de dicha filmación. Cuando debía estar esperando el ya merecido homenaje a su trayectoria artística recibe, en cambio, un susto que debió hundirse en su ánimo durante meses. Ese era el premio largo tiempo esperado por el artista, algo que en este país, yermo cultural absoluto, en el que se desprecia por sistema el trabajo de cineastas, músicos y actores, no debe extrañar en absoluto.

En fin, que como a tantos otros que se dedicaron y se dedican a la música a lo único a lo que puede aspirar es a tener su oficio como hobby y ganarse la vida dedicándose a cualquier otra cosa, pues aquí, en España, la música (y el cine) tiene la consideración de chorrada y pérdida de tiempo. La culpa de este estropicio, en lo que se refiere a la música, la tienen, en primer lugar, los 40 Principales y, en general, el emporio Prisa, que se ha dedicado a la promoción de música de vómito durante los últimos 50 años y a no dejar espacio a la otra música, la buena, condenándola a la marginalidad. En segundo lugar, el ente público RTVE ha ido arrinconando el pop desde los buenos tiempos de los 80 hasta hacerlo desaparecer de su parrilla racional (no hablemos de los conciertos de Radio 3, programados a horas inverosímiles). ¿Es culpable de esta situación la incultura musical de los sucesivos directores generales de RTVE? Seguramente, pero para cuando “Rockopop” fue retirado de la parrilla televisiva en 1992 el destroce en la cultura musical de los jóvenes hecho por los 40 no hizo que nadie en absoluto lo echara de menos. Otra cosa es que como servicio público debiera haber atendido esta necesidad musical en la Segunda Cadena, como mínimo, o haber promovido en los programas de máxima audiencia actuaciones de artistas, en fin, esas cosas que se ven en los programas de presentadores estrella en los EE.UU.

En fin, digresiones aparte, desahogos en realidad de una melómana condenada durante décadas a imaginar cómo sonaba la música de la que hablaba la revista Rockdelux, señalar que Krahe, como tantos otros artistas, debería haber gozado de una vida digna, y su obra debería haber sido más conocida.

Krahe nació en Madrid, en concreto en el barrio de Salamanca, en el año 1944. Asistió al colegio el Pilar (http://cultura.elpais.com/cultura/2015/07/12/actualidad/1436691791_276537.html). A pesar de ese origen y esa formación privilegiada tiró de él la vida artística. Tuvo un lento proceso de germinación en él dicho propósito artístico. La primera alarma para su familia bien fue cuando dejó a medias Económicas. Quería dedicarse al cine. Residente en Canadá, y ya con 30 años, se decantó finalmente por la música.

Tenía dos ídolos que influirían decisivamente en su estilo: el canadiense Leonard Cohen y el francés Georges Brassens, figura esta última crucial del movimiento de la chanson francesa. En eso –la influencia de la chanson- no era diferente de la gran generación de cantautores de la nova cançó, que se estrenaron discográficamente mucho antes que él, si bien a él, por la razón que fuera, le saldría tal influencia lejos del costumbrismo sentimental, la ambición poética y el tono reivindicativo de los anteriores, y sí mostró un sentido del humor irreverente, ácido, algo chabacano y amargo, que le emparentaban con artistas como el mencionado Ovido Montllor, otro deudor del arte de Brassens y otros valencianos tales que Al Tall, enfangados en una poética de la denuncia literal y tópica, entreverada, eso sí, con emocionantes homenajes a la música popular de su tierra.


Portada de "Valle de lágrimas", LP editado en 1980.

Su debut discográfico fue tardío, en 1980, con el álbum “Valle de lágrimas”. Tenía ya 36 años. Le fichó una multinacional, CBS, en una época en el que el mercado de la música melódica y cantautoril aún tenía mucho tirón comercial. Según el perfil que le dedica El País, firmado por Miguel Ángel Palomo, el disco contenía cuatro temas que se convertirían en emblemáticos, “Villatripas”, “Don Andrés octogenario”, “San Cucufato” y “Marieta”. Krahe canta enfático y algo dubitativo, muy próximo en su estilo al de Ovidi Montllor, letras mayormente humorísticas, con elementos escatológicos, que trazan un recorrido sociológico por una España cubierta de polvo, represión sexual, machismo y autoritarismo, en la que vemos el deslizamiento desde la inmutabilidad del caciquismo y la moralidad católica al nuevo orden de las recalificaciones urbanísticas, presunto peaje hacia la modernidad pero que en realidad escondían el mismo aire de rapiña encubierta de los bienes públicos por el poder económico-caciquil de siempre.

La letra de “Villatripas”, a pesar de ser una canción señalada en el artículo de M. Á. Palomo, no es una buena forma de entrar en su música, como se puede apreciar a continuación:

Portada del single de "Villatripas" (1980). (fuente: discogs.com)
“Por su gran prosperidad
decidió la autoridad
de Villatripas de Arriba
-¡que viva el alcalde, viva!-
erigir un monumento,
un auténtico portento
que a los de Abajo asombrara,
una escultura bien cara
como dijo el pregonero:
"que costará su dinero
pues de mármol alabastro
de nuestro rico catastro
la montará un escultor
en plena Plaza Mayor."
Y terminaba el pregón:
"¡será una gran erección!"

Se gastó mucha saliva
en Villatripas de Arriba,
la gente andaba tan fatua
con la cosa de la estatua
y había gran emoción
cuando la inauguración.
La alcaldesa con premura
corrió el velo a la escultura
y apareció ante la villa
la supuesta maravilla:
saliendo de entre las aguas
sin siquiera unas enaguas
toda, toda, desnudita,
una Venus Afrodita.
La erección no estuvo mal,
satisfizo al personal.

Tenía el pueblo de al lado
el ánimo muy picado
y allá habló el señor alcalde:
"¡Erigiremos de balde!
En Villatripas de Abajo
se suple con desparpajo
por parte del vecindario
la falta de monetario.
¡Vecinos de este lugar,
hay que vencer o ganar!,
¿estáis dispuestos a todo
por sacudiros el lodo
de esa Venus Afro... leches?"
"¡Alcalde, lo que nos eches!"
respondió la población
con una gran ovación.

Cogieron a la Jacinta,
la moza de mejor pinta,
y en la misma plazoleta
la pusieron en porreta
y la echaron al pilón
sin mayor vacilación.
Luego fue una comitiva a Villatripas de Arriba
a decirles que bajaran,
miraran y compararan:
"Comparando las dos Venus,
¿cuál es más y cuál es menos?"
Excepto algún poetastro
que alabó a la de alabastro
y el pelma de Don Simón
que de un vuelo fue al pilón

se oyó gritar a compás:
"¡La Jacinta mucho más!"

Y con grandiosa vehemencia
añadió la concurrencia
-sobre todo los varones-
que en lo tocante a erecciones,
la Jacinta en el pilón...
Matarilerilerón.”

La música de esta canción, como la de casi todo el álbum, la escribió el también cantautor ALBERTO PÉREZ, que se encargaría también de hacer segundas voces, de tocar la guitarra y de hacer los arreglos en todo el álbum.  Los otros músicos intervinientes fueron el contrabajista FERNANDO ANGUITA y ANDREAS PRITTWITZ, que tocaba clarinete, saxofón y flauta. Éstos últimos, según el artículo de M. Á. Palomo, serían músicos fijos de Krahe en lo sucesivo, cosa que muestra la generosidad del cantautor: no cambiar para ampliar miras, cambiar el sonido, en fin, esas cosas que suelen hacer el 100% de músicos (menos Tom Waits, que caiga, que no ha dejado de colaborar con Kathleen Brennan, su mujer, en toda su carrera), dejando por el camino una ristra de examigos fracasados y traumatizados. En eso Krahe tenía también sus principios.


Alberto Pérez en el programa "Corazón loco" de Radio 3, en 1989 (http://www.cylcultural.org/entrevistas/Alberto_Perez/)
Alberto Pérez era un virtuoso instrumentista y nada malo cantante con saberes musicales enciclopédicos, que demostró en 1989 en el programa de Radio 3 "Corazón loco", borrado de un plumazo poco después con el desmantelamiento precipitado del canal alterantivo de RTVE. Una traición (una más, como veremos en próximas entregas de la biografía de Javier Krahe) de los socialistas, que supuestamente iban a devolver al país al imperio de la ilustración y lo único que hicieron es prepararlo para el capitalismo desalmado y sin luces.

Ese alma libre y sabia había nacido en Sigüenza (Guadalajara) en 1950. Aprendió a usar su voz y hacer armonías en la Escolanía de la Sagrada Familia, a la que ingresó con seis añitos, y en la Rondalla Seguntina, ya con 11 años. En estas formaciones debutaría en los escenarios. En 1966 formó un grupo de pop, Somos. Más tarde, mientras hacía el servicio militar alternó con músicos guineanos, en el que sería su primer encuentro con músicas "del mundo", por llamarlas de algún modo. "Trasladado definitivamente a Madrid (1972), cursa estudios de filología en la Universidad Complutense (sección de lingüística) y en el Conservatorio (guitarra, armonía y contrapunto). Durante estos años, pasará los veranos en distintos países de Europa, trabajando como trovador y músico de teatro." (http://www.cylcultural.org/entrevistas/Alberto_Perez/). Con semejante currículum se entiende la desenvuelta y sutil belleza de las canciones de "Valle de lágrimas", disco arreglado y con música compuesta por Alberto.

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Siguiendo con el extraño caso de los epígonos valencianos de Krahe esta canción parece un guión tardío de Luis García Berlanga, en el que el argumentario sexual y machista esconde, como siempre, una aguda, agridulce mirada a la realidad social española. Krahe, por su parte, usa pareados de siete y ocho sílabas donde reina la paradoja y la ternura, el lenguaje llano y el juego con el lenguaje legal, como heredero del de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, que en su “Libro de Buen Amor”, escrito hacia 1340, hace uso de juegos de palabra de inefables connotaciones sexuales, y técnica de inimitable tersura.

La crítica hacia la megalomanía de los políticos de provincias tiene un correlato reciente con los abusos urbanísticos de la era de la burbuja inmobiliaria; el desmán consiguiente propuesto por los habitantes de Villatripas de Abajo no pasaría por ningún filtro en esta era de persecución del estigma machista en los medios de comunicación.



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La segunda canción del disco, “Don Andrés octogenario”, también ensalzada por M.Á. Palomo, peca de lo mismo que la primera, ese aire desfasado de destape lírico, con mujer objeto a disposición del protagonista, pero, como la anterior, también trae en mientes al Berlanga otoñal. El tema de la erección aparece de nuevo, la erección como símbolo del libre albedrío masculino; albedrío que no se puede parar ante nada cuando ese mecanismo automático se pone en marcha; fuerza, al parecer, denostada y reprimida, como da a entender la letra:

“Podemos decir que sin exageración
era algo extraordinario,
la enfermera que cuidaba al bueno de Don
Andrés Octogenario.
El abuelo que enfrentaba con resquemor,
perspectivas eternas,
en lugar de rezar miraba con fervor
sus magníficas piernas.

"Para siempre esta vez"-dijo- "me
voy a echar en brazos de Morfeo;
ya no te veré más, no me
puedes negar mi último deseo."
Con un hilo de voz, el enfermo expresó
su voluntad postrera.
No diremos cuál fue, sólo que ella accedió,
¡bravo por la enfermera...!

Y fue al desabrocharse ella el quinto botón
de los seis de la bata,
que por la enfermedad, o bien por la emoción,
él estiró la pata...
Pero lo grave estuvo, en que estiró algo más.
Y un algo tan notorio
que los deudos al verlo exclamaron: ¡jamás!,
¡jamás iremos al velorio!

Y al entierro tampoco porque al ataúd
no habrá quien le eche el cierre,
irse a morir así, en plena senectud,
y Andrés erre que erre.

Nadie fue al funeral,
nadie llevo una flor, nadie fue al cementerio
y hasta escandalizó al mismo enterrador,
que dijo: "Esto no es serio..."

Y al pobre Don Andrés lo enterraron muy mal,
entreabierta la caja
la muerte lo abrazaba de un modo especial,
lo que tampoco es paja...” (fuente: http://www.coveralia.com/letras/don-andres-octogenario-javier-krahe.php).

Existe un curioso paralelismo con el primer Joan Manuel Serrat, pues el tema de la vejez también interesó al debutante cantautor barcelonés (ver en este blog en http://destripandolacancion.blogspot.com.es/2015/04/cataluna-tres-bandas-lluis-llach-pau.html), en su EP de 1965, en el tema “La mort de l’avi” (“La muerte del abuelo”). Si Serrat destaca la soledad del anciano a su muerte no deja de hacer lo propio Krahe, si bien en este segundo caso es el “brindis a la vida” final de Don Andrés el que le apartará de sus deudos. Está claro que, 15 años después del debut discográfico de Serrat, en plena transición, la melancolía desmayada no tenía ningún sentido y convenía llamar a las cosas por su nombre.

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Sigue el disco con “El lirón”, en la que Krahe se sirve de una fábula con personaje animal, inspirada en Esopo, para hacer una crítica a la inacción de los que se conforman con poder llevarse un pedazo de pan a la boca, aunque vean que se cae el mundo alrededor. Es fácil pensar que esta historia, de impecable armazón poética, como todas los demás, está dedicada a la ciudadanía aletargada bajo la dictadura franquista.  A diferencia de los reparos que impiden disfrutar de los dos primeros temas del disco en esta caso la sonrisa no se convierte nunca en rictus a lo largo de “El lirón”, y se muestra como un himno amargo dedicado al conformista, tan, tan inteligente que el posible conformista ni siquiera se podía dar por enterado. Ensamblada con “La hoguera”, de la que hablaré a continuación, tiene efectos demoledores: son dos caras de la misma moneda, dos ángulos posibles de análisis del franquismo, uno y otro íntimamente ligados, pues el sátrapa sólo puede ser si hay consentimiento del sometido. Dos canciones memorables que bastarían por sí solas para justificar la carrera del madrileño, cargadas de la amargura y la resignación de quien ha vivido toda su vida bajo la barbarie.

El resto de canciones, hasta el final, conserva la tensa melancolía concitada con “El lirón” y “La hoguera", con apenas algún toque de humor, alejándose de la terna nada memorable que abre el disco. El disco se convierte así en auténtico clásico en tierra de nadie, ni melancolía poética cantautoril setentera ni euforia anglófila y desmemoriada ochentera. Los sucesivos bofetones que le depararía a Javier Krahe el nuevo orden socialista confirmarán el desencanto absoluto frente a la nueva España que encierra este disco.

“En cuanto el frío comenzó,
en vez de encender una lumbre
meterse en cama prefirió
por la fuerza de la costumbre.
-Así no se puede vivir,
pronto estaremos bajo cero,
-dijo el lirón-, y hala, a dormir,
a roncar el invierno entero.

Y como un leño
se entregó al sueño,
dispuesto a pasar a través
de dos meses o tres,
que no es muy largo
como letargo.
Mas si ese invierno es de interés
entonces sí lo es.
Abría un ojo cada vez
que en su barriga había un hueco;
lo tapaba con una nuez
o cualquier otro fruto seco.
Pues si lo bueno del sopor
es que en su estado no se piensa,
se practica mucho mejor
si está provista la despensa.

¡Qué vida ésta de la floresta!
Mira por dónde al animal
dormir le fue fatal.
Viniendo a mano para un pantano
sufrió aquel bosque una brutal
reforma forestal.

Llegó un buldózer o un tractor;
dio tal meneo al domicilio
del dormilón que, en su estupor,
no pudo ni pedir auxilio.
No pudo ni siquiera ver
la ruina de su madriguera.
Sólo exclamó:"¡Hay que joder-
se, ya está aquí la primavera!"

Cayó la rama, cayó la cama,
cayó el somier, cayó el colchón
aplastando al lirón.
Y digo yo que quedarse roque
durante toda una estación
aunque haga frío es una exageración.”

La guitarra, pulsada, usada como instrumento rítmico, y la voz de Krahe están contrapunteadas por el clarinete de Alberto Pérez, que da muestras a lo largo del disco de un indudable gusto, por el que con apenas dos instrumentos llenaba las canciones de armonías y brillos varios.

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Cartel de "Ópera prima" de Fernando Trueba (1980).

En 1980 Krahe vio publicado su primer disco y decidió quedarse a vivir en su ciudad natal. El disco fue bien recibido y él, acogido por algunos madrileños de vida nocturna y aficiones culturales, encontró acomodo y amigos que le acompañarían hasta anteayer. Según el argentino Fito Páez, en declaraciones posteriores a la ceremonia fúnebre, «Han sido 35 años de vida juntos, para arriba y para abajo, con todo lo que eso nos ha abierto de vida. Éramos pequeños cuando lo conocimos y hemos crecido con él. Ha tenido el reconocimiento que ha querido, si hubiera querido algo más masificado lo hubiéramos hecho» (http://www.lavozdegalicia.es/noticia/cultura/2015/07/13/amigos-companeros-dan-ultimo-adios-javier-krahe/00031436819581585844535.htm), como dando a entender que nunca ambicionó nada más que lo que tuvo. Con esa poca ambición influyó decisivamente en el aspecto más melancólico y amargo de Joaquín Sabina, y también fue un ejemplo de la actitud de todos esos cineastas treintañeros como él que en el Madrid de entonces se conformaron, como él, esos Fernando Colomo, Fernando Trueba, Carmen Maura o Antonio Resines, quizá perdedores de otras batallas en una época, como todas en ralidad, en la que triunfo equivale a tración, con ser fiel a sí mismo, en seguir siendo el chico más listo, por lo menos delante de uan cerveza y rodeado de los amigos. Krahe vivió "como quiso, con gente que apreciaba realmente su forma de vivir y y contar. Ese ha sido su gran secreto y su inteligencia, no aspirar a mayor gloria o a mayor dinero", concluyó Páez.

Por eso, por esas complicidades que estableció en aquella época con aquella gente se explica su aparición testimonial en la película “Ópera prima”, de Fernando Trueba, obra que supuso, junto a “Tigres de papel”, de Fernando Colomo, de dos años antes, uno de los hitos del cine español de la época, obras maestas de la comedia madrileña. De esa época nació su amistad con Óscar Ladoire, presente también en su funeral.



*********

El cuarto tema, del que hablo antes, es “La hoguera”, memorable disertación sobre las técnicas usadas para aplicar la pena de muerte. No falta la silla eléctrica (estacazo a los EE.UU.), la cámara de gas (golpe a los nazis), la guillotina (que no es su preferida, por muy francesa y chic que sea) o el garrote vil, instrumento usado apenas un lustro antes de que se escribiera la canción para ajusticiar a Salvador Puig Antich. En el fondo la existencia de la pena de muerte es un fracaso del país en el que se utiliza, un síntoma de autoritarismo, pues da a entender que allí donde se usa el Poder sirve para proteger a unos de otros, los que acaban ajusticiados, que no merecen otra cosa que morir.

Si aún ahora produce escalofríos la enumeración irónica de métodos de eliminación, viviendo en un país donde las penas de cárcel supuestamente sirven para reinsertar a los criminales en la sociedad, qué no puede sugerir en su contexto de 1980, sumidos en la oscuridad de la Transición, vista desde ahora, claro, dicha oscuridad, oscuridad repleta de amenazas y prepotencia de algunos y que, entonces, se debía sentir sin miedo, pues este país no parece ser tomado nunca en serio por sus habitantes, y eso que, a veces, muerde.

Es un asunto muy delicado
el de la pena capital,
porque además del condenado,
juega el gusto de cada cual.
Empalamiento, lapidamiento,
inmersión, crucifixión,
desuello, descuartizamiento,
todas son dignas de admiración.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

Sé que han probado su eficacia
los cartuchos del pelotón;
la guinda del tiro de gracia
es exclusiva del paredón.
La guillotina, por supuesto,
posee el chic de lo francés,
la cabeza que cae en el cesto,
ojos y lengua de través.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

No tengo elogios suficientes
para la cámara de gas,
que para grandes contingentes
ha demostrado ser el as.
Ni negaré que el balanceo
de la horca un hallazgo es,
ni lo que se estira el reo
cuando lo lastran por los pies.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera.

Sacudir con corriente alterna
reconozco que no está mal:
la silla eléctrica es moderna,
americana, funcional.
Y sé que iba de maravilla
nuestro castizo garrote vil
para ajustarle la golilla
al pescuezo más incivil.

Pero dejadme, ay, que yo prefiera
la hoguera, la hoguera, la hoguera.
La hoguera tiene qué sé yo
que sólo lo tiene la hoguera”

(fuente: música.com. Letra añadida por el usuario Ignaciki)
 
 

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