Translate

diumenge, 23 de febrer del 2020

1953: Abismos de pasión

Director: Luis Buñuel

Con Irasema Dilian y Jorge Mistral 

Esta película, eslabón no demasiado apreciado de la filmografía mexicana de Buñuel, es una adaptación de una obra del siglo XIX escrita por Emily Brönte, obra que constituye uno de los grandes clásicos literarios en lengua inglesa. Se trata de Cumbres borrascosas, arrebatada descripción de una pasión amorosa enfermiza.

Los ardores del Romanticismo azotaron con fuerza los páramos en los que las famosas hermanas Brönte ocultaban al mundo su "ignominioso" talento literario. Alejadas de las convenciones sociales, por su aislamiento, y de las rigideces impuestas por las modas, pues ningún cenáculo literario las hubiera aceptado y modelado por su condición de féminas, supongo que gozarían de una libertad creativa y estilística notable. Añadámosle el furor y el resentimiento que alguien perseguido sin motivo llega a sentir en abstracto, como era en cierto modo su caso, y obtendremos esa rareza salida del caletre de la más rebelde de las tres hermanas, es decir, la novela a la que nos referimos.

No es extraño que los surrealistas sintieran devoción por esta historia, pues es ella la plasmación de una pulsión humana llevada hasta sus últimas consecuencias. Las barreras de la moral y sobre todo de la lógica saltan por los aires empujadas por el ímpetu avasallador del amor entre los protagonistas.

A Buñuel la productora le impone un peculiar reparto, que incluía a dos seudo actores, es decir, Jorge Mistral e Irasema Dilian, y también un exiguo presupuesto que se refleja en la triste fragilidad de unos baratos decorados de cartón piedra, pero estas trabas no se vuelven contra la coherencia de la obra, ni mucho menos. En el primer caso, es decir, en lo que respecta a los actores, porque, aparte de ser ambos bien encarados logran a su manera dar un empaque considerable a sus casi caricaturescos personajes. Mistral transmite una animalidad temible que convierte a su furibundo enamorado en una mezcla entre psicópata endemoniado y niño grande impotente ante la irrefrenable pasión que lo domina, en el fondo inocente de la crueldad ciega de sus actos. El manojo de emociones turbias que configuran la personalidad de Mistral también incluye una porción no desdeñable de sexualidad, que hacen de esta probablemente la encarnación más desasosegante en la carrera, me temo que extraordinariamente ñoña del apuesto galán. Definitivamente es este el rasgo más descollante de la interpretación que hace Mistral de este peculiar héroe romántico -un tipo de personaje, por otra lado, recurrente a lo largo de los 100 años que tiene el cine de vida-.

Por su parte Irasema Dilian declama sus rimbombantes líneas de diálogo con escasa naturalidad, pero el carácter teatral, falso, del guión no hubiera permitido una interpretación menos impostada. La gestualidad poco sutil de la rubia cantante de origen polaco también contribuye lo suyo a ahondar en la brecha entre lo convencional y lo extremo, que era de lo que se trataba, consiguiendo una recreación más coherente si cabe con el espíritu de la obra de esta mujer cabal serenamente enamorada hasta el tuétano.

Buñuel renegó de sus dos actores estrella, pero vistos los resultados la cosa fue bastante bien. Quizá lo que pasó durante el rodaje de esta "Abismos de pasión" fue que se recibió la visita de ese ángel de la guarda que parece velar sobre las realizaciones accidentadas por medio del cual los problemas de incoherencia del material artístico, humano o de ambos, así como las apreturas monetarias y temporales adoptan de acuerdo con la casuística más favorable la forma de una obra maestra. Tal ocurrió con "Casablanca" y "Gilda" según cuenta la leyenda. También "Apocalypse Now", creo, participó de esa extraña fortuna. Por lo general, empero, de conmixtiones tan infortunadas suelen destilarse formas varias de fracasos caóticos.

Fotograma de "Abismo de pasión". El actor Ernesto Alonso encarna a Eduardo, el marido de Catalina (Irasema Dilian), objeto de la pasión de Alejandro (Jorge Mistral). Este reconcentrado entomólogo extrae de una bote de cristal una de las últimas adquisiciones de su colección. Sólo muertas las mariposas pueden satisfacer el anhelo de posesión de Eduardo; sólo la muerte, como nos irá revelando esta película, puede resolver el embrollo sentimental que se desencadena en ella

A Buñuel no le ocurrió, pero es que este hombre rara vez podría despeñarse por la incoherencia. Su cabeza contra lo que pueda pensarse estaba magníficamente amueblada. Tenía en ella un plató de cine, de modo que lograba resolver la plasmación de una escena sin necesidad de probar. ¿Cómo si no se explica que aun bajo la presión de no contar con tiempo material para rodar su película las escenas estén perfectamente resueltas? La plasticidad, la rotunda expresividad de las mismas ni quitan intensidad a la historia ni quieren ser vehículo o testimonio de la originalidad o la inventiva de su pergeñador, si no todo lo contrario. Son la prueba del modo en que Buñuel dominaba su oficio, los salvoconductos que legitimaban las internadas del aragonés por obsesiones muy personales.

Como decían en "Qué grande es el cine" son perfectas las escenas rodadas en exteriores y también las que transcurren en los pobres decorados.

Todas ellas ofrecen el marco de una historia truculenta hasta decir basta en la que el veneno que lleva dentro el personaje de Mistral pareciera enturbiar todos los rincones de la vida de los demás. En cierto modo "Abismos de pasión" ofrece un muy pesimista reflejo de hasta qué punto determinadas pasiones humanas entendidas como positivas pueden convertirse en trasuntos del infierno en vida... El amor entre los protagonistas termina con la paz de todos, pues los arroja a ellos y a quienes los rodean al marasmo más absoluto. Por su parte, los dos matrimonios que aparecen en la película por estar ambos participados por los dos amantes se convierten en una prisión para los cónyuges respectivos, de frustración y celos, y en el caso del de Mistral, de temor cerval a la bestia que tenía a su lado por parte de la esposa.

Por último la relación entre el padre alcoholizado y el hijo de corta edad, siendo una trama accesoria también obtiene el reflejo adecuado con alguna secuencia significativa por la que percibimos el carácter igualmente aniquilador de la misma.

Vemos, pues como en instituciones sagradas como son la relación paterno-filial y la de marido y mujer, que vienen a ser las células básica del ordenamiento social, fuente primigenia de orden y seguridad para sus participes, pueden estar viciadas de tal modo que se convierten en una relación de pura dominación por miedo, en la que el fuerte se impone al más débil. La fuente de esta maldad está en el egoísmo de quien se arroga con el poder dentro de dichas relaciones, que niega toda consideración al sometido. Es un territorio sin ley sin humanidad, en el que reinan los instintos más bestiales.

Buñuel transmite estás negruras sin énfasis pero sin ocultar nada tampoco. Se permite matizar la relación de Mistral y su desgraciada esposa con humor inteligente, sutilísimo, que se refleja en la escena en la que ella empieza a darse a la bebida. Se refugia en ella para olvidarse de su cabrón enamorado de otra y casado por despecho. De algún modo tiene que sobrellevar su carga. No sabe ni quiere rebelarse. Su drama pasado de rosca culmina en un acto de protesta quizá demasiado insulso y cobarde. ¿No será que ella es así, un ser insignificante, irrisorio, increíble, que se merece tanto mal? Así nos lo hace ver Buñuel.

Pero, por otro lado, deja al niño humillado mil veces por su padre con la mirada perdida en su inacabable tormento, con lo que Buñuel muestra que también puede empatizar con los que sufren, lo que me hace cuestionarme si de verdad es toda la película una broma monumental a costa del cine de romanticismo desaforado. Como siempre en el cine de Buñuel es muy difícil separar la ironía de la reflexión sincera y comprometida. Esto es así porque probablemente en él cabe todo: es un compendio de puntos de vista en el que la superficie y el fondo se manifiestan en distintos momentos sin que uno mande en el otro, replicándose mutuamente sin descanso.

Así pues Buñuel solo aparenta que juega, pues cuando él lo decide el juego deja paso al drama con mayúsculas, que es el que sacude la estremecedora escena final de necrofilia. La bellísima, por impresionante culminación de la misma, con Mistral viendo a su amada transfigurada en el cuerpo del que sería su asesino cierra la narración de un modo implacable, grandioso.

Está, pues, muy lejos de la impostura glamurosa del cine de la misma estirpe facturado en Hollywood. Se trata de una visión más adulta, sin maniqueismos ni edulcoramiento, del modo en que el amor como pasión humana y, por tanto contradictoria, puede generar males terribles, pues es causa de ensimismamiento y de crecimiento desmesurado del ego de quienes se ven sometidos a su poder.

(Escrita el tres de diciembre de 2001)