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dimarts, 6 d’octubre del 2015

MARIA DEL MAR BONET: la trovadora mística de la derrota

Por el hecho de que canta en catalán no se la conoce y se aprecia en España como se merece. Para mí es una de las mejores artisas del siglo XX. Qué voz, qué música tan extraordinaria... Por ella circula un siglo en cierto modo perdido de la historia de nuestro país, pues si hemos crecido espectacularmente en todos los índices de desarrollo queda mucho por hacer... en el reconocimiento de que España es más que el castellano, entre otras muchas cosas, por supuesto. Los envites nacionalistas en Euskadi y Cataluña son la más espectacular constatación de que se ha hecho algo terriblemente mal en nuestro país. El pasado es muchos pasados, nuestros héroes y mitos fundacionales son también muchos,  variados, incluso pueden cambiar para cada persona a lo largo de su vida. El idioma es el castellano, el catalán, el vasco o el gallego, sin que ninguno sea más importante que otro. Cuando un catalán hable su idioma en cualquier otra parte de España y se le entienda entonces el enorme problema que se plantea ahora, el enorme fracaso que planea sobre nosotros se habrá volatilizado.

Mientras tanto Bonet se dedicó a extraer, a poner al alcance de nuestros oídos toda la belleza escondida de la tradición musical de Ses Illes, entremezclada con los poemas de sus poetas favoritos. Eran poemas en su mayor parte de amor en sus diferentes modalidaes: amor cósmico, amor terreno, amor fraterno, amor por un lugar, por unos recuerdos, amor por el hecho de amar... y, junto a ellos, manantiales de generosa celebración de la vida, de pronto, remansos sombríos, repletos de insondable melancolía. La voz sublime de Bonet, unida a unas melodías bellísimas y unos arreglos desarmantes, trasciende el contenido de reivindicación política (la represión franquista, el machismo...), para convertir estas piezas en lamentos profundos, desconsolados...

Foto del álbum "Sempre", tomada en 1971.
fuente: http://www.todocoleccion.net/discos-vinilo/maria-mar-bonet-sempre-ariola-1981
En la estética bonetiana la belleza es elevación; la insidia, la crueldad, casi un mal inevitable, como un huracán, un terremoto, una sequía, una epidemia, al que solo se le puede responder con un duelo. En la estética bonetiana no hay medias tintas: no hay progreso ni un mundo mejor a la vista; el sufrimiento presente no es un peaje para un mundo mejor, no nos sacrificamos por los demás: morimos y ya está ; por otro lado, el amanecer, el recuerdo, la risa, las caricias, la complicidad, todo eso, lo es todo. Es como una entrega total al sentir, a vivir de frente, a no eludir ni uno solo de los envites de la existencia. Es como una asunción de que hay que vivir el presente, el ahora. De esa experiencia irrepetible de estar vivo y despierto no se guardan reservas algunas: agota tu dicha ya, pues luego no la vas a recordar y no dispondrás de fuerzas de ninguna clase para afrontar la oscuridad. Bonet asiste aterrada y embelesada, alternativamente, ante el espectáculo que es la vida, decide no ser partícipe, no influir, no aconsejar, no interpretar... Es la voz de alguien que asume su pequeñez, su incapacidad absoluta para entender y para explicarse.

El terrible siglo XX no sólo no se conformó en entregar a la gente las peores guerras y atrocidades de la historia de la humanidad sino que, por medio de la television llevó a la sala de estar de esas indefensas personas las imágenes más horribles, de crueldadades, desidias y desastres, desposeyéndolas de certezas o asideros. Se asesinó a mansalva y luego se recordó a los supervivientes que todo esto, por tosco y deprimente que parezca, podría ser aún peor. El lavado de cerebro definitivo. Pues ese acervo terrorífico parece venir en la música de Bonet: ese canta ahora que luego tocará llorar, convertido, por mor del enorme talento y humanidad de la cantante, en esculturas sonoras que, ellas sí, materializan la belleza radiante para que podamos acudir a su encuentro siempre que sea necesario.

Relacionado con lo anterior destacar las connotaciones locales de la cuestión del pasado siglo. La Guerra Civil acabó con la efervescencia intelectual en la España del primer tercio del siglo XX. Era un movimiento regeneracionista que trató de levantar al país y ponerlo a la altura de los de la Europa circundante. Se persiguió ese fin y se lograron muchas cosas. Ahora, 40 años después del fin de la Dictadura que hizo tabula rasa con todo, el trauma y la resaca por la ocasión escandalosamente perdida sangra por el lado del nacionalismo separatista. Éste es el anverso del subdesarrollo en Andalucía, Canarias y Extremadura. Ese subdesarrollo se agudizó en tiempos de Franco. El nacionalismo quiere ver en ese subdesarrollo un correlato al maltrato de las lenguas minoritarias arrincanadas. Son injusticias que se retroalimentan. Mientras no se acabe con esos dos extremos, una España pudiente que ve despreciados sus signos y su cultura y una España subdesarrollada cuyos signos y cultura se convierten en abusivamente dominantes, esto seguirá así, no habrá país, no habrá futuro, al menos, un futuro común.

La fuerza bruta detuvo el regeneracionismo de principios de siglo y ahora mismo, el rescoldo de la brutalidad ejercida en España durante la dictadura, asfixia las posibilidades de convivencia. Es una derrota, de la Guerra Civil, con efectos retardados, una derrota humillada, menospreciada, descargada de valor simbólico, de ese carácter de reconciliación y de reconstrucción que pudo tener la de las potencias del Eje en la II Guerra Mundial, una derrota por aplastamiento, que, por mucho que una parte de la intelligentsia del país lo repita una y mil veces, no vino a compensar la Transición, de ninguna manera. Ellos, los vencedores (la Iglesia, el Castellano lengua del Imperio, la alta burguesía, el capitalismo clientelar, la corrupción, el clasismo, el racismo, la baja autoestima racial y cultural -herramienta para convencer a las clases populares de que no tienen más que lo que merecen-), cedieron en algunas cosas, que luego han ido reconquistando poco a poco, y nunca pidieron perdón por lo mucho que nos quitaron, ni, mucho menos han hecho ademán de devolver nada. Esa humillación profunda es la que veo en la música de Bonet, el desconsuelo anticipado de que en la Transición supuestamente cambió todo -con todos mis respetos a Javier Cercas y su extraordinario Anatomía de un instante - para que todo siguiera igual.

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Maria del Mar Bonet i Verdaguer nació en Palma de Mallorca en 1947. Venía de familia acomodada y culta. Su padre, Juan Bonet, era escritor y periodista. Ella estudió cerámica en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal. Quiso proseguir sus estudios en la escuela del ramo en Barcelona, la Massana, pero acabó introduciéndose en la escena musical local, ejemplificada entonces, 1967, por la Nova Cançó. Se convirtió en una de los Setze Jutges. Estaba claro que esa voz impresionante salvaría cualquier escollo.

Maria del Mar Bonet en 1971, retratada por Toni Catany. 
A una primera parte de su carrera de talante reivindicativo, con el "Què volen aquesta gent?" como bandera, que propició la breve consecución del éxito comercial a la altura de 1971, le siguió una carrera dedicada a desgranar sus pasiones poéticas y de etno-musicóloga. Cada uno de sus discos es un nuevo experimento en el que juega a intuir puntos de contacto de su cultura balear con las del resto de la cuenca mediterránea. Esa busca de la excelencia y el rigor no ha venido acompañada de reconocimiento alguno, ni de interés por parte de la crítica. Tan solo se ha acordado de ella alguna institución pública del ámbito catalanoparlante, que premia más a lo que representa que al valor en sí de su carrera.

Qué pena que sea catalano parlante, que no haga música comercial y que sea mujer. Qué lástima que todas esas cosas horribles que nos metió en la cabeza el franquismo sean aún tan poderosas que hayan ayudado a la postergación de esta música portentosa al rincón de los héroes caídos, de las viejas glorias que alcanzaron un éxito coyuntural. El machismo, el anticatalanismo, el desprecio por un arte autóctono, ajeno al mercantilizado concepto del mismo que nos han importado los EE.UU:, han hecho que hoy por hoy no sea más que una nota al pie de página del movimiento cantautoril de los 70.

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Portada de "Alenar", Lp de 1977.
La revista "Rockelux", poco amiga del hecho diferencial español, de pronto se olvidó de sus muchos prejuicios anglófilos y sacó una fenomenal lista de discos fundamentales del siglo XX en España. Entre los 20 primeros se coló "Alenar". Ahí es donde descubrí a Maria del Mar Bonet, escuchando, mejor dicho, derritiéndome con ese disco. Escuchar el disco, y, en especial su desbordante prólogo, el tema que lo abre, "Les illes", es como meterte en el cuerpo dos litros de endorfinas. Es como condensar en menos de cinco minutos toda la belleza, la euforia, la dicha, la alegría y, a renglón seguido, el desconsuelo, la amargura que nunca acaba de disiparse, que nunca se disipará, en el mismo verso, en la misma sílaba, tanta es la capacidad expresiva de la voz de la cantante. Ya tieene mérito, ya, suscitar tan alborotadas emociones encontradas, algo que no está al alcance de muchos, que yo recuerde del Camarón de "Volando voy" y... pare usted de contar. Canciones que contienen el mundo, que te hieren y te curan y te hacen renacer siempre que las escuchas.

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