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diumenge, 8 de març del 2020

1961: Viridiana

De Luis Buñuel.

Con Silvia Pinal y Francisco Rabal.

Cuándo la vi: el 7 de mayo de 2004. 
Lugar: programa "Versión española", de La 2 de TVE. 

Una de las películas más conocidas de Buñuel, con la que ganó algún premio en Cannes y provocó las irás de las autoridades franquistas. En suelo español y con un equipo eminentemente patrio rodó la primera película en su tierra en mucho tiempo (¿hubo alguna otra aparte de "Las Hurdes, tierra sin pan" antes de Viridiana?). 

Buena parte de la acción transcurre en un caserón, a las afueras de un pueblo de interior. Es un paisaje de amplios espacios, de un cielo azul sobre una tierra amarillenta, castigada, sólo adornada por algunos bosquecillos de pinos. Es el de su infancia, en su Calanda natal, pueblo mediano del Aragón seco. 

Buñuel, siempre que rodó en España lo hizo en los lugares más humildes y subdesarrollados, probablemente porque no conocía mucho más allá de esa realidad. Si en "Las Hurdes" la gente se moría literalmente de hambre y en "Tristana" de mojigatería, en "Viridiana" las carencias que estragan a los personajes no son solo materiales, sino morales y educativas.

Fotograma de "Viridiana". La pequeña Rita, interpretada por Teresita Rabal,
comenta con su señor, interpretado por Fernando Rey, lo bien que se salta
con su nueva comba con mangos, que él le ha regalado. De fondo, la
mansión señorial
En la visión tremebunda del aragonés España era un país anquilosado, poblado de seres estragrados por sus inhibiciones -las clases pudientes-, o bien, condenados a una miseria absoluta, en todos los órdenes -el pueblo-. Probablemente era así en la España rural y de provincias. 

El triste espectáculo de la beatería y la miseria también fueron tratados por otros directores de los 50 y los 60 en cintas excelentes como "Surcos", "Plácido", "Atraco a las tres", "El pisito", aunque en estos casos por mayor conocimiento de la naturaleza española de los directores, los personajes y las situaciones eran más matizados, más realistas, más tiernos si se quiere. Buñuel, por su parte, seguía sus propias normas; su cine era personal, excéntrico. Lo suyo era comentar con un demoledor sentido del humor aspectos de la naturaleza humana que le obsesionaban. Estaba especialmente empeñado en mostrar los vicios y carencias asociados a determinados estamentos. sociales, en especial la burguesía y la clase rentista, esta última más propia de un país preindustrial por entonces en buena parte de su territorio como era España, pero también caían dardos envenenados sobre las clases populares, depositarias de toda la iniquidad decantada durante milenios de injusticias y abusos de todo tipo por parte de los poderosos, como pone bien de manifiesto esta "Viridiana". 

Buñuel, como todo izquierdista, debía pensar que los problemas de comportamiento, y las actitudes incomprensibles y asociales de los seres humanos eran fruto de una estructura económica y un orden político determinados, generadores de una sociedad clasista, en la que los únicos vínculos posibles de los de abajo con los de arriba eran de servilismo y adulación de una parte y, de arrogante autoritarismo, degradado en ocasiones al paternalismo, de otra. 

Este esquema relacional se repite hasta el infinito, pues dentro de cada clase social hay diferentes gradaciones. No son homogéneas, como no sea en el caso de la privilegiada cuando de la defensa de sus intereses se trata. El esquema dueño-sirviente se repite en los lugares de trabajo, en las familias, en el matrimonio... Siempre hay un abusador, uno que se aprovecha... Es un mundo individualista, en el que cada cual vive recluido en sus convicciones o en su confusión, y su contacto con los demás es siempre un incordio o producto de una necesidad inaplazable. Cuando existe el afecto desinteresado está siempre retratado desde el que aprovecha dicho afecto gratuito sin dar nada a cambio. 

Para Buñuel, pues, el ser humano es lo que se hace de él, sin que sea apenas responsable de sus actos. No es un pesimista: se limita a constatar los efectos de un funcionamiento social pernicioso sobre nuestro ánimo. No propone cambios; en todo caso prefiere que el ingenuo que se dedica a repartir amor se una al grupo de los que toman lo que pueden o, mejor, lo que su conciencia les deja tomar. Ahí sí que disfruta Buñuel, comprobando la resistencia moral de los conversos al egoísmo, o de los egoístas hipócritas.

Fernando Rey compuso al menos tres personajes de esta última catadura, para "Viridiana", para "Tristana" y por último para "Ese oscuro objeto del deseo". Los grandes ideales, de caballerosidad, de generosidad para con el desvalido, chocan con sus necesidades inmediatas, eminentemente sexuales y, porqué no, amorosas, y se encuentran ambas en la encrucijada de lo posible, de lo que practican todos en mayor o menor medida: abusar de su poder. Estos diferentes caballeros se encuentran con jóvenes y virginales chicas bajo su ascendiente, y luchan sin descanso para, sin abdicar de su dignidad, realizar su deseo, es decir, adquirir la pieza. Para "Virdidiana", interpretada por la espléndida, icónica para los admiradores de Buñuel, y del Séptimo Arte en general, Silvia Pinal, las atenciones desmedidas de su tío y tutor concluyen felizmente con la muerte de éste, quien decide resolver sus contradicciones colgándose de un árbol.

Viridiana, exmonja virtuosa hasta decir basta, se dedica entonces a acoger a los más miserables del pueblo en su caserón heredado del suicida. Los servicios de beneficencia de la chica se le vuelven en contra: los pobres a los que asiste necesitan algo distinto de lo que ella les da. Necesitaban haber crecido en un mundo mejor, haber recibido un mínimo de afecto, de educación, de comodidad material en sus años formativos... Quizá ya era demasiado tarde para ellos.

La miseria de estos rufianes se adueña de la opulenta casona señorial poniendo en pie entonces Buñuel una de las mejores escenas nunca rodadas, es decir, esa en que transcurre la gran cena de los pobres. Buñuel se sube a la altura de la mirada de su paisano Goya cuando reflejaba en sus grabados el embrutecimiento de las clases populares. Pero se sitúa en una perspectiva diferente, matizada, aunque con el mismo fondo crítico detrás. Ambos entendían que había que acabar con la incultura y la pobreza. Con una diferencia básica: mientras Goya observó ese pueblo enseñarse con Godoy y descuartizar a los que él veía como civilizadores, es decir, las tropas francesas, Buñuel fue testigo indirecto, desde el exilio, de la carnicería ejercida sobre ese mismo pueblo miserable durante y con posterioridad a la Guerra Civil.

Quizá por eso el director, como no ocurre con Goya, no se espanta de sus pobres. Los observa en sus rituales, en sus motivaciones... Con ellos se ríe de aquellos a los que estos imitan, es decir, los pudientes, e incluso se sirve de la inconmensurable Lola Gaos para escenificar una preciosa reproducción de la ÚIltima Cena, en la que, a diferencia de la original, se celebra la anarquía y la ruptura de los convencionalismos.

Estos pobrecitos maleantes se convierten, a despecho de las desventuras de Fernando Rey, SilviaPinal y Francisco Rabal, en los auténticos protagonistas. Como ocurre en muchas obras capitales de la producción artística española, el pueblo, de un modo u otro, alza su voz, dice: "Aquí estoy yo", y apaga con su espontaneidad las dudas existenciales de los autores. Recordemos: Sancho Panza, el gran robaescenas en El Quijote; el vibrante rumor del populacho detrás de los protagonistas de las novelas de autores como Pérez Galdós y Clarín; los gitanos y las chachas de García Lorca; las heroínas de barriada de Almodóvar, que me acuerde ahora.

(21 de abril de 2005).